jueves, 28 de julio de 2011

Luis Artigue

Turistas de lo propio

Porque el verano y la tarde están de por si hechos para la contemplación minuciosa y la emoción fogosa dicen que no hay mejor momento en el que convertirnos en turistas de lo propio, revisionistas, mirones con atención barroca y nueva puesta en lo que más hondamente sorprende: lo de siempre.
El pretexto para la visita es una lectura de poemas que anualmente se celebra en ese templo irradiante y nuestro de San Miguel de Escalada cuya belleza sencilla, casi obvia, bien mirada impacta más que una excentricidad: hay una quietud magnética que emana perdurablemente de las piedras de este santuario; una serenidad trascendente nacida de su suelo, su techura y su entorno, que bien parece un homenaje sin fin a un ritmo vital menos vertiginoso y más humano.
Y uno piensa en el Abad Alfonso y los monjes enamorados de los árboles que, venidos de la Córdoba lejana y sola, un día remoto llegaron aquí por vez primera –¡ha habido y hay gente maravillosa en el mundo!- para, impulsados por algo que les superaba, decidir erigir esta joya mozárabe de faz humilde; esta canción de piedra ajena a los rigores del presente.
Siempre he creído que subyace cierta coquetería estética en las catedrales góticas y los retablos barrocos, pero los templos erigidos con apariencia de sencillez transmiten así, desde el otro lado de los siglos, una pureza que me recuerda hoy, amor, que todo tiene que ver con tu boca.
Sí, vengo a San Miguel de Escalada contigo como quien salta el cercado de los siglos para celebrar la buena mano de póquer de tenernos, y lo pienso, y lo escribo: la única generalización posible hoy –no es mío; traduzco el sabor a pepitas de ponche de tus labios- es nuestro yo sin lindes... Mira sino ahora el viento como un ángel crujiente que desmenuza el polvo que ha dejado de ser piedra y de ser templo. Así nosotros –proceso derramable del amor, seres que avanzan enhebrando anhelos- sentimos que algo hay de la pureza huída en este monasterio que se ríe del tiempo (muestra una dentadura de columnas y arcos que recuerdan que la alegría sostiene el tejado de la vida).
Entro contigo a mi alma atravesando el pórtico para observar la piedra y recordar que el tiempo firma en la piel de todo, aunque lo perdurable celebra cada hoy. Así nosotros.
La sombra de los pájaros que sobrevuelan laudos, oraciones, recuerdos, gestaciones, promesas de aunada infinitud son inquietantes puntos y aparte que hay que tachar del modo en que la luz del alba avanza borrando estrellas...
La única generalización factible hoy es este santuario; es este ayer eterno.



Sábado 23 de julio de 2011
Diario de León. Sección El Aullido.
Luis Artigue

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