viernes, 30 de septiembre de 2011

Diego Tomás

Gotas

Una gota
La débil corriente de agua dulce recorre el hocico de bronce del grifo mal cerrado, se curva sobre uno de sus costados y se recupera rápidamente dando como resultado una estúpida y magnifica gota de agua.

Dos gotas
Se desprende de su inminente dependencia gozando por segundos de la amarga libertad que la amarra a su condición de cauce, golpea el acero frío del lavabo marcando de sutiles ecos el paso de un nuevo segundo, de un segundo menos, de un final un segundo mas próximo, del abismo que se crea en el momento en que un instante del presente se combina con el mediato futuro disipados en la perfecta curvatura de una gota

Tres gotas
Son las tres de la mañana y la interferencia es la mejor estación en la radio, la tolerancia de mis ojos se desfonda como bolsas, se disparan mis sentidos que abandonan mi cuerpo con el sonoro cuentagotas que acaba por derrumbar las dimensiones de este lugar. Soy un prisionero de su naturaleza y me aferro a mi condición de esclavo para compadecerme del eterno silencio que subyace al vacío en mis manos, el silencio que corre lento  por las líneas del letargo de mis manos.

Cuatro gotas
La demencia del deshielo de mi cordura se transforma en mi único consuelo y me abraza la idea de correr por las calles del desierto que la lluvia de cabellos en mi rostro trazo cruelmente destinándome el encierro en eterna compañía de la soledad, de la soledad de la que pintamos el pasado antes vivo. El presente no es el mismo al futuro que planeamos y solo la  razón me reconoce victorioso sobre la vida en mi eterno estado de belleza. Si me pregunte alguna vez donde volaron las mariposas de tu estomago cuando por fin pude besarte, ahora se que en mi cabeza. Ahora puedo verlas brotar dejando surcos de roja vida por sobre mi cuerpo semidesnudo, tendido junto a la insistente orquesta de agua que intenta sin éxito despabilarme del mas sincero de mis estados, el de ausencia.

Cinco gotas
Si leyeras más allá de las líneas del cristal de mis ojos ya vacíos, entenderías que cuando todo termina, el tiempo no termina.


viernes, 2 de septiembre de 2011

Discurso en las Olimpiadas Argentinas de Filosofia 2011

     “La ciudadanía y la democracia: su inacabable apropiación en el mundo actual desde la filosofía”

                                                                              Por Alberto de Jesús Goicouria

   Buenos días a todos y todas:

   Tantos siglos ya de razón y tragedia y aún urge un palpitante, refinado y comprometido pensamiento humanista que diferencie e integre trascendentemente lo cívico y lo íntimo, y que, en lo referente al tejido enmarañable de lo cívico, revise, desempañe y reincorpore las más inmarchitables ideas cívicas que vienen desde Tucídides, Jenofonte, Platón, Aristóteles y Cicerón hasta nuestros días pasando, entre muchos otros, por Santo Tomás de Aquino, Hobbes, Spinoza, Stuart Mill y Karl Marx... Todo para recordarle al ser humano actual que quien desconoce su lugar, su patria y las implicaciones de su interactivo yo apenas tiene idea de sus posibilidades y su derecho... Pero somos mucho más que posibilidades y derecho, como la bella luna es mucho más que luz.

  Reflexionar pues acerca de la ciudadanía y la democracia es un trabajo que se escapa de lo meramente político para revelarse como un problema existencial y antopológico.

   La política conceptual, los ideales sociales y culturales, las hipótesis gubernamentales y judiciales no significan apenas nada si “la persona” no es el centro irradiante desde donde se reflexiona, y la base de esa finalidad reflexiva, inextirpablemente sujeta a una realidad que tiene múltiples dimensiones. Hablar detenidamente de ciudadanía y de democracia es, en última instancia, hablar de un “yo real” encadenado a necesidades, a imbricaciones, y situado en un mundo tan cifrado como descifrable donde lo imprevisible y lo azaroso debe ser tan o más especulado que las esencias aparentemente fijas e inmóviles.

   Primordialmente se piensa para defender la soledad en que se está.
  
   Nacemos, y nacemos en un lugar determinado, en una familia determinada, con una lengua determinada, una tradición determinada, unas normas determinadas, una cultura determinada y, a partir de ahí, reflexionamos y pensamos interrelacionadamente: no hay en ello nada ponderable ni novedoso. Acaso, ¿no se compromete más íntegramente mi libertad si me pienso como hombre antes que ciudadano y después fundamento o doy razón de mi, ahora si, ciudadanía?  ¿En qué certeza se funda la confianza de que la democracia es la forma de gobierno más rentable? ¿No es, la filosofía una catapulta contra las leyes –como decía Alcidama- que nos permite pensar más allá de la civilización y lo civilizado? ¿Con qué parámetros observamos nuestra genealogía de hombres, de humanos, y determinamos el valor del paso del tiempo para poder afirmar matizadamente: evolucionamos o involucionamos?

   Decir: soy ciudadano, implica adherirme y reconocerme en una forma de vivir que me precede y que, como una maquina, continúa su funcionamiento si no hay un “yo”, un “alguien”, un “quien”, que, más allá de la igualdad de razón y de libertad, mas allá de la igualdad de posibilidades, de derechos y obligaciones, se asume como único y busca su realización.

   Toda la filosofía política tiene en verdad algo de aclaratoria nota a pie de página sobre el gran ensayo que acota e ilumina la idea de libertad.

   La democracia no crea hombres libres, así nacemos. De hecho pueden prendernos y encarcelarnos por motivos políticos, sí, pueden reducirnos el espacio pero no la libertad. Ninguna estructura política ajena a la esencia verdadera del espíritu humano puede por tanto, a modo de flagelo,  suprimirnos la libertad por la que luchemos interiormente, la que conquistemos desde dentro afirmada y coaligada a la justicia, la dignidad y la belleza.

   La libertad no es pues un destino sino un camino interior y exterior continuos. Entendiéndola así sabremos y sin necesidad de palabras haremos saber que nuestra libertad no es sólo nuestra, y ahí radica su grandeza. Y esto, que parece una paradoja en su enunciado formal, más bien es a mi juicio la utópica y por tanto poética pulpa originaria de toda la filosofía política... ¿O no es el hombre, acaso, una pregunta abierta a su identidad y por su identidad que se cuestiona así mismo diciendo: yo quien soy ahora y en el horizonte recortado de la vida? ¿No es el hombre un rayo que no cesa; un ente encarnado que se sabe junto al otro y entre los otros? ¿Qué es, pregunto como quien se descorcha a sí mismo, el hombre sino una mota de polvo que se aúna con muchas otras en el gran charco de la vida para hacerse al fin barro de alfarero?
   Sí, ¿qué es el hombre sino esa especie diferenciada y ambivalente que vive interrelacionada y piensa en soledad?
   Se es libre en los demás.

    
                                                                     Muchas gracias.                   
                                                        Santa Fe. 1 de septiembre de 2011    

 

Lectura de poemas del tercer Nº de la Revista de la ASDE