viernes, 2 de septiembre de 2011

Discurso en las Olimpiadas Argentinas de Filosofia 2011

     “La ciudadanía y la democracia: su inacabable apropiación en el mundo actual desde la filosofía”

                                                                              Por Alberto de Jesús Goicouria

   Buenos días a todos y todas:

   Tantos siglos ya de razón y tragedia y aún urge un palpitante, refinado y comprometido pensamiento humanista que diferencie e integre trascendentemente lo cívico y lo íntimo, y que, en lo referente al tejido enmarañable de lo cívico, revise, desempañe y reincorpore las más inmarchitables ideas cívicas que vienen desde Tucídides, Jenofonte, Platón, Aristóteles y Cicerón hasta nuestros días pasando, entre muchos otros, por Santo Tomás de Aquino, Hobbes, Spinoza, Stuart Mill y Karl Marx... Todo para recordarle al ser humano actual que quien desconoce su lugar, su patria y las implicaciones de su interactivo yo apenas tiene idea de sus posibilidades y su derecho... Pero somos mucho más que posibilidades y derecho, como la bella luna es mucho más que luz.

  Reflexionar pues acerca de la ciudadanía y la democracia es un trabajo que se escapa de lo meramente político para revelarse como un problema existencial y antopológico.

   La política conceptual, los ideales sociales y culturales, las hipótesis gubernamentales y judiciales no significan apenas nada si “la persona” no es el centro irradiante desde donde se reflexiona, y la base de esa finalidad reflexiva, inextirpablemente sujeta a una realidad que tiene múltiples dimensiones. Hablar detenidamente de ciudadanía y de democracia es, en última instancia, hablar de un “yo real” encadenado a necesidades, a imbricaciones, y situado en un mundo tan cifrado como descifrable donde lo imprevisible y lo azaroso debe ser tan o más especulado que las esencias aparentemente fijas e inmóviles.

   Primordialmente se piensa para defender la soledad en que se está.
  
   Nacemos, y nacemos en un lugar determinado, en una familia determinada, con una lengua determinada, una tradición determinada, unas normas determinadas, una cultura determinada y, a partir de ahí, reflexionamos y pensamos interrelacionadamente: no hay en ello nada ponderable ni novedoso. Acaso, ¿no se compromete más íntegramente mi libertad si me pienso como hombre antes que ciudadano y después fundamento o doy razón de mi, ahora si, ciudadanía?  ¿En qué certeza se funda la confianza de que la democracia es la forma de gobierno más rentable? ¿No es, la filosofía una catapulta contra las leyes –como decía Alcidama- que nos permite pensar más allá de la civilización y lo civilizado? ¿Con qué parámetros observamos nuestra genealogía de hombres, de humanos, y determinamos el valor del paso del tiempo para poder afirmar matizadamente: evolucionamos o involucionamos?

   Decir: soy ciudadano, implica adherirme y reconocerme en una forma de vivir que me precede y que, como una maquina, continúa su funcionamiento si no hay un “yo”, un “alguien”, un “quien”, que, más allá de la igualdad de razón y de libertad, mas allá de la igualdad de posibilidades, de derechos y obligaciones, se asume como único y busca su realización.

   Toda la filosofía política tiene en verdad algo de aclaratoria nota a pie de página sobre el gran ensayo que acota e ilumina la idea de libertad.

   La democracia no crea hombres libres, así nacemos. De hecho pueden prendernos y encarcelarnos por motivos políticos, sí, pueden reducirnos el espacio pero no la libertad. Ninguna estructura política ajena a la esencia verdadera del espíritu humano puede por tanto, a modo de flagelo,  suprimirnos la libertad por la que luchemos interiormente, la que conquistemos desde dentro afirmada y coaligada a la justicia, la dignidad y la belleza.

   La libertad no es pues un destino sino un camino interior y exterior continuos. Entendiéndola así sabremos y sin necesidad de palabras haremos saber que nuestra libertad no es sólo nuestra, y ahí radica su grandeza. Y esto, que parece una paradoja en su enunciado formal, más bien es a mi juicio la utópica y por tanto poética pulpa originaria de toda la filosofía política... ¿O no es el hombre, acaso, una pregunta abierta a su identidad y por su identidad que se cuestiona así mismo diciendo: yo quien soy ahora y en el horizonte recortado de la vida? ¿No es el hombre un rayo que no cesa; un ente encarnado que se sabe junto al otro y entre los otros? ¿Qué es, pregunto como quien se descorcha a sí mismo, el hombre sino una mota de polvo que se aúna con muchas otras en el gran charco de la vida para hacerse al fin barro de alfarero?
   Sí, ¿qué es el hombre sino esa especie diferenciada y ambivalente que vive interrelacionada y piensa en soledad?
   Se es libre en los demás.

    
                                                                     Muchas gracias.                   
                                                        Santa Fe. 1 de septiembre de 2011    

 

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