jueves, 22 de marzo de 2012

Elda S. de González

 

¿Multiculturalismo o interculturalismo?


Nos concentraremos en primer lugar en la cultura, en un intento de especificar en qué consiste. El hombre, con el fin de satisfacer sus necesidades, va modificando su entorno, crea un ambiente artificial. Cultura proviene del latín, del vocablo cultus que significa cultivo, educación, modo de vivir, entre otras cosas. Los bienes culturales se oponen a todo desarrollo natural, es decir, a todo aquello que surge sin la intervención del hombre. Debemos aclarar que no es posible dar una definición exacta, única de cultura. No hay límites precisos. El significado ha ido cambiando a lo largo de la historia. Son aspectos que pueden ser incluidos en la cultura el lenguaje, las costumbres, la ciencia, los valores, los símbolos, la religión, las instituciones, las creencias, la moral, los ideales, el arte, las tradiciones, las leyesà En fin, se trataría de sucesivas conquistas alcanzadas por la humanidad y que se transmiten de una generación a otra. Formas de expresión mediante las cuales el espíritu de un pueblo aparece diferente de los demás.
Nacemos en un espacio en el que se desarrolla una cultura peculiar y ésta viene a nosotros y va moldeando nuestra personalidad. Y aquí surge un interrogante: ¿nos moldea de modo que quedamos forzosamente sometidos a ella? Mediante la educación se transmite la cultura, se asimila en una forma activa el espíritu de las instituciones existentes. Y es la educación la que nos prepara para ejercitar nuestro espíritu crítico y para provocar cambios cuando éstos resultan necesarios. El trabajo del espíritu consiste en interrogar, repensar, reinterpretar. Lo hicieron los griegos. Ellos cuestionaron la realidad y plantearon temas nuevos, altamente significativos. Los ideales griegos surgieron en la forma de la paideia. Este término se refiere a la educación y, en sentido más amplio, a la formación cultural en general. En él palpita, vive el espíritu griego, creador del arte y de la ciencia. Sin dudas, el ser crítico de la cultura conduce al progreso cultural.
Procederemos ahora a tratar el tema del multiculturalismo. Antes que nada debemos reconocer que es un asunto que ha generado y genera interminables polémicas. El multiculturalismo estaría vinculado a la idea de relativismo cultural. Esto implica reconocer una pluralidad de culturas en una sociedad. Nuestro país se destaca por alojar una considerable diversidad étnica, grupos humanos cuyos integrantes están vinculados por lazos raciales o culturales: los grupos indígenas diseminados en el territorio; la población negra que hoy en la Argentina es escasa. Contamos con inmigrantes de pueblos limítrofes como bolivianos, paraguayos y chilenos; convivimos además con peruanos y una buena cantidad de coreanos y chinos, entre otros. Debemos mencionar también a las colectividades de inmigrantes europeos que llegaron a nuestro suelo entre los siglos XIX y XX. Ya lo decía Juan Bautista Alberdi en sus Bases: ‘Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de industria, sus prácticas de civilización, en las inmigraciones que nos envíe’. Y afirmaba que ‘un hombre laborioso es el catecismo más edificante‘. Es más, confiaba en que surgiría ‘algún día brillante y nítida la nacionalidad sudamericana‘. Y allá por el año 1882, Nicolás Avellaneda afirmaba: ‘Somos la nación cosmopolita de la América del Sud. Óyense hablar por las calles de nuestras ciudades, todos los idiomas del mundo...‘.
Algunos autores consideran al multiculturalismo como ‘separatismo‘ o como una forma de ‘racismo‘. Tal vez exista algo de razón en estos puntos de vista. No podemos negar que en la actualidad inmigrantes bolivianos y paraguayos, entre otros, son discriminados y explotados. Se los somete a trabajos realizados en la clandestinidad y en condiciones de vida muy precarias. Un comentario aparte merece en nuestro país el tema vinculado a los grupos indígenas, los llamados ‘pueblos originarios’, cuyas raíces están en este suelo. Es un tema que tiene resonancia porque estos pueblos vienen reclamando derechos desde hace más de quinientos años. Y, en especial, reclaman el derecho a la autodeterminación. Son pueblos que han sufrido todo tipo de vejaciones y que han sido calificados como ‘salvajes’ porque en la época de la conquista desarrollaban una cultura que difería de la española.
Digamos que el multiculturalismo pone el énfasis en las diferencias, reconociendo la presencia de diversas culturas en el país. Apunta a mantener la identidad de cada una. No se trataría aquí de tolerar al ‘otro’ porque de este modo nos ubicaríamos en una posición de superioridad. Lo fundamental sería respetar la autonomía de las distintas culturas, sin la menor intención de sojuzgarlas, protegiendo así la diversidad.
Por su parte, el interculturalismo sitúa el acento en las vinculaciones que se establecen entre las distintas culturas, teniendo en cuenta que todas tienen algo para aportar y enriquecer a las otras. Todos los pueblos guardan relatos que necesitan transmitir. Es posible que hombres y mujeres provenientes de distintas culturas se encuentren y puedan compartir el mismo territorio y lograr una buena convivencia. La interacción entre culturas borra los límites que podrían existir entre ellas. El entrecruzamiento de los distintos modos de ver el mundo abre interrogantes, generando frutos a partir de esa trama que se va conformando en el intercambio y que va potenciando la construcción de nuevos sentidos.
El interculturalismo tiene que ver más con una sociedad integrada que no coloca a los pueblos con los que convive en el lugar de los ‘otros’; que asimila bienes y productos culturales, ahondando en ellos y alejándose de prejuicios y de toda posición que mantenga la idea de ‘clases superiores o dominantes’.
Queda para el lector la posibilidad de continuar investigando y reflexionando sobre los temas que, aunque de un modo sucinto, hemos tratado de abordar. Lo importante es que cada uno, desde su espacio y ejercitando su espíritu crítico, pueda tomar una posición, porque es precisamente esto lo que conduce al fortalecimiento de la autonomía y al logro de la plenitud como persona. Tal vez Ernesto Sabato nos ayude a pensar. Este descollante escritor en La cultura en la encrucijada nacional, decía: ‘Lo real y positivo es que hoy son tan auténtica y representativamente argentinos el criollísimo Gustavo Leguizamón como el porteñísimo hijo de italianos Enrique Santos Discépolo. De este hecho que creo invulnerable debemos partir para juzgar, sentir, amar y construir nuestra patria. Con muchas virtudes e incontables defectos, sobre esa base está hoy edificada y no debemos cometer la innobleza (y la necedad) de atribuir sus deméritos a la sangre que no nos gusta’.

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