viernes, 3 de agosto de 2012

 
 
CADA MOMENTO TIENE UN SENTIDO
 
por Sergio Sinay    
 
 Señor Sinay:
Tengo 25 años y siento que durante los últimos cinco años no estuve disfrutando de la vida. Creo estar dándome cuenta a tiempo para poder comenzar a hacerlo. Ahora… ¿cómo se disfruta de la vida? ¿Cómo vuelvo a sentir la pureza de las cosas que me rodean, cómo cuando tenía 6 años?
El manual dice que “hay que disfrutar de las pequeñas cosas” y “vivir el momento como tal, sin pensar en el futuro”, pero no logro hacer efectivas esas premisas.
 Guido 
 
 
Si existiese la fórmula para disfrutar de la vida probablemente algún oportunista ya la habría patentado y sólo accederían a ella quienes pudieran pagar. Pero la receta no existe. ¿Qué es disfrutar de la vida? ¿Divertirse hasta el aturdimiento? ¿Evadir toda reflexión comprometida? ¿Dedicar tiempo a nuestros seres queridos? ¿Hacer con alegría aquello en lo que se expresan nuestras habilidades y posibilidades? ¿Se trata de buscar un placer detrás de otro, así haya que endeudarse para ello? ¿O de contemplar sin apuro y sin objetivos productivos la vida que nos rodea? ¿Es anestesiarse con adrenalina? ¿O emprender una travesía en la cual viajar es más importante que llegar? ¿Puede el disfrute vital ser un objetivo a alcanzar, como si fuera un premio o una presa? ¿O será, quizás,
la consecuencia de aquello que hacemos, y de cómo lo hacemos, de aquello que vivimos, y de cómo lo vivimos?
 
El monje benedictino Anselm Grün dice, en El pequeño libro de la vida, haber conocido gente que cuando está de vacaciones no puede abandonarse a la belleza del paisaje porque se pregunta si ha realizado la reserva en el sitio correcto, o si no podría haber ido a un destino con un clima mejor, o cuando encuentran a una persona en lugar de gozar de ese encuentro se ponen a pensar qué opinan de esa persona, o cuando están rezando se preguntan si esa oración será atendida. Dice Grün que sólo cuando puede dejar de controlar el efecto externo de cada una de sus acciones es capaz de “aceptar un encuentro, de una conversación, y disfrutar de eso que hay entre nosotros”. O disfrutar, agrego de mi parte, de eso que hay entre yo y el paisaje, entre yo y los sonidos, entre yo y aquella tarea a la que estoy entregado.
 
Esto requiere permanecer en el tiempo y en el lugar presente. El presente no es un instante suspendido de la nada en la inmensidad del tiempo. Es un momento rico, profundo y trascendente, puesto que se alimenta de todo lo transcurrido y se tiende, desde esas raíces, hacia lo que viene. No es necesario regresar a nuestra infancia, como añora nuestro amigo Guido, para disfrutar de la vida. Por una parte ese regreso no es posible y, en mi opinión, bien puede significar una huida del presente, en el cual está nuestra vida real y del cual la propia vida nos pide, a través de las situaciones que nos plantea, que nos hagamos cargo.
 
Cada momento de la existencia es la actualización de un continuo presente, cada etapa nos propone sus propios motivos para disfrutar, si es que nos mantenemos en ella. Rumi, poeta persa que vivió entre 1207 y 1273, escribió: deja que la belleza que amas/ se exprese en tu acción. Quizás decía que estando en donde estamos y haciendo lo que hacemos es como se percibirá el disfrute de vivir. Para ello tal vez sea necesario quitar las barreras del ruido, de la conversación insustancial, de las urgencias, de la ansiedad por lograr, producir o algo, lo que sea, como fuere. Quizás debamos dejar de atosigarnos con estímulos artificiales, prometedores de placeres fugaces.
 
Cada momento encierra un sentido para quien lo vive. Es un significado propio y único, que se descubre si se está allí para responder a esta pregunta: ¿aquí y ahora, este minuto del tiempo infinito tiene sentido para mí? Asombra la cantidad de veces que la respuesta es afirmativa.
 
Ello sólo depende de estar conectado con los seres y las actividades que son parte de ese presente. Depende también de si nuestros sentimientos y valores están vivos y activos en ese momento. Y depende, por fin, de nuestra actitud ante lo que nos sucede, fuera lo que fuese. Se disfruta de la vida y se comprende su grandeza, cuando se capta el sentido del momento, el cual puede anidar tanto en la alegría como en el dolor. Y más aún cuando se advierte que hay un sentido de mayor vastedad, último, al que acaso no se absorbe en un solo instante, sino con el andar del tiempo. Nada de esto, insisto, es una fórmula. Es apenas la propuesta y el testimonio de una experiencia, que sólo puede resultar personal e intransferible.
 

Biografía: 

Nací en Buenos Aires el 10 de agosto de 1947. Viví mi infancia y mi adolescencia en La Banda (Santiago del Estero). Regresé a Buenos Aires al finalizar el colegio secundario. Mis padres, Moisés (fallecido en 1999) y Miriam son farmacéuticos. Tengo un hermano, Horacio, tres años menor que yo. Estoy casado en segundas nupcias con Marilen Stengel, a quien conocí en el afortunado año 1992. Ella es licenciada en Letras, especialista en comunicación, escritora. Es una mujer bella, sensible, inteligente, con notable creatividad, humor, empatía e intuición. Tengo un hijo, Iván, nacido en 1976, fruto de mi primer matrimonio. Iván es músico, es un varón de profunda, sólida y espiritual masculinidad, que ha elegido una vida propia y la vive con responsabilidad. Amo a mi mujer, amo a mi hijo, siento un profundo cariño y agradecimiento hacia mis padres y mi hermano.
     La lectura, la escritura y el fútbol fueron pasiones tempranas en mí y no me abandonaron, ni las abandoné, en toda mi vida. Soy hincha fiel y seguidor de Ríver. También jugué al básquet y al ajedrez. Estudié sociología, me formé en psicología gestáltica, en psicología transpersonal, en autoasistencia psicológica. Estudio astrología. Me sigo formando en todo lo que me apasiona y me permite entender y entenderme y lo haré mientras viva. Estoy convencido de que en esta vida somos eternos aprendices que nunca se gradúan (afortunadamente). Debo mucho a mis maestros: a Norberto Levy, a Kita Cá, a Adriana Schnacke, a Mónica Nigro, a Jorge Genzone, a Pepe Presti, a Mimy Sirocco. Y a maestros que no conocí en persona pero me enseñaron y enseñan desde sus libros, ideas y palabras: Víktor Frankl, Carl Jung, Elisabeth Lukas, Fritz Perls, Ram Dass, Sam Keen, Erich Fromm, Martin Buber, Emmanuel Kant, John Cheever, Philip Roth, Raymond Chandler, los filósofos griegos, los existencialistas.
     Cuando escribo me siento feliz. Nunca sufro al escribir. Me habitan tantos textos, que no me alcanzará una vida para parirlos. Disfruto, trasciendo, descubro el sentido de mi vida al escribir.  Amo la palabra y procuro honrarla cuando la uso. Escribir es reflexionar, hacerme preguntas, compartir la exploración, compartir los descubrimientos, comunicarme llegar al otro. El otro. Porque creo (es de veras un credo) que el otro es necesario e imprescindible en nuestra vida, que en él trascendemos, que él confirma nuestra existencia y que no hay yo sin tú, me dedico a explorar los vínculos humanos, a investigar en y sobre ellos, a reflexionar y a trabajar en ese tema esencial de nuestra vida.
     Porque amo la palabras me hice periodista a los 18 años, y lo seguí siendo aun cuando incursionaba en otras áreas. Escribí crítica de cine (amo el cine) y de libros, hice entrevistas, crónicas, investigaciones. Creé revistas propias (Shows, Uno por uno, Interiores, Persona), dirigí otras que no eran mías pero en las que siempre logré poner mucho de mí: Hombre, Magazine, Playboy argentina (en 1989 escribí y produje allí entrevistas que aún me enorgullecen), la revista dominical de Clarín, Expansión (en México). Fui jefe de redacción de las ediciones iberoamericanas de Selecciones del Reader´s Digest. En muchas de esas publicaciones puse semillas que se hicieron árboles en mis libros, a veces sabiéndolo, a veces no.
     También me siento pleno cuando puedo hablar con otros y ante otros, cuando puedo construir un puente de palabras y cuando puedo cruzar por él hacia un público con el que me encuentro y con el cual, juntos, continuamos creando puentes y haciéndonos preguntas. Creo en la pregunta como una herramienta fundamental de la conciencia.
Me gusta viajar, conocer culturas, amo a la Naturaleza y la respeto, amo a los animales, a los perros, los gatos, los patos y las gallinas que tuve, y a los animales que habitan campos y selvas, a mis dos gatas queridas (Luna y Ronrón), tan sabias, tan sutiles, tan comunicativas.
     Me enojan, y mucho, las arbitrariedades de los poderosos, las incitaciones obscenas de quienes crean falsos deseos para incitar al consumo salvaje, el materialismo desalmado, el egoísmo de quienes creen que vivir es tener y los que usan al otro como herramienta o como peldaño. Desprecio a los que invocan ideologías y consignas supuestamente progresistas para enmascarar su propia miseria moral. Y son muchos. Y los sufrimos. Con los contaminadores, con los depredadores, con los transgresores de normas y leyes (escritas o no escritas), con los corruptos, con los autoritarios tengo algo personal.
     Admiro a quienes sostienen sus valores y declaraciones con acciones y actitudes, a los que perseveran detrás de un propósito, a los que reniegan del facilismo, a los que hacen del amor un verbo.
     Todo esto es la punta de mi iceberg.
 
 

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