miércoles, 24 de abril de 2013

Alberto de Jesús Goicouria



Doctor de la calma,
padre de la sospecha,
fija mirada sombría
que en tus ojos se clava
y vos sonriendo de ignorancia.

Es tu vida la que quiere.

Tibia, sutil y lentamente
en su juego te pierdes.

Ama tu libertad, tu deseo,
olvidas quien eres por un instante
y ya no habrá otra cosa
más que ansias de muerte
pues te ve y sabe lo que eres,
conoce tu corazón,
de ser feliz
ya no quedará un sueño siquiera.

Que no pase por hombre tu verdugo
o se diga de inhumana tu agonía,
nadie sabrá siquiera que pasó.

Lo primero que en vos circunda
es incertidumbre, duda y desconfianza,
luego la vista de tu alma se nubla,
todo es sombría oscuridad,
fuego sofocante de vacío
y te agitas asfixiado
y te estorba tu propio cuerpo.
Sudor frío y la calma no llega.

¿Quién te habla? ¿Quién te habla?
¿quién te habla?. Nadie, nadie,
estas solo, completamente solo,
son rumores, voces muertas, ecos,
estas solo, solo, solo,
te ahogas en la desesperación,
en llantos de sangre que nadie percibe,
en la miseria y en soledad nauseabunda
y él se regocija en el aroma de tu sufrimiento.

El tiempo parece detener su marcha
y te estrujas desgarrado, corroído,
asquerosamente como fuera del mundo.

Te ve, te mira con alegría sucia
y sin saber quien es le pides ayuda,
ahora mentiras y pesimismo y falsas reflexiones
y sueños rotos, fantasías nefastas
te empapan y envuelven desde el aire de su boca
y él se relame y frota sus manos
pues jamás sabrás
que el terror tiene mis ojos
y los tuyos también.

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